La Navidad es bonita. La actitud de la gente, que misteriosamente cambia en esta época, esa solidaridad y amabilidad súbitas, contradictorias con la dinámica general del resto del año. Las decoraciones, las luces deslumbrantes, las compras, las reuniones familiares o con amigos difíciles de reunir. La ilusión en las caras de los niños, las familias, los escaparates. Esa sensación 'cálida' en el interior. La nieve. El chocolate caliente. El crepitar de la leña, el rojo resplandor de las ascuas. Esa espera con ansia de que lleguen días señalados que llegarían igualmente sin ese ansia. La expectativa. Las ensoñaciones sobre encuentros y momentos que seguramente serán muy diferentes. El rojo, el verde, el plata y el oro. Los buenos propósitos para el Año Nuevo. And so on...
Me gustaría la Navidad si no fuera porque no la soporto. Igual eso es un pequeño problema de compatibilidad... Me gustaría la Navidad si no me recordara que la vida no es como una película navideña americana, que todo sigue siendo siempre igual en el fondo, que no es más que un antifaz veneciano que oculta ojeras marcadas y profundas. Algo vano, algo fugaz, algo engañoso.
Me gustaría la Navidad si no me hiciera pensar en todo lo que falló, falla o fallará en mi vida. En todo lo que no logré y que ya no es recuperable. En esas personas que ya no volverán a estar, en que la infancia y adolescencia quedaron lamentablemente muy atrás en el camino. En la ingenuidad que se desgastó. En que cada decepción supone adentrarse en un camino del que no se regresa, cada día un poco más marchita el alma... Un paso más en el territorio del cinismo.
Me gustaría la Navidad si no mostrara que mi familia dista mucho de ser idílica, si no me hiciera añorar la familia propia que nunca ha existido porque no he conseguido crear, en los hijos que no he tenido. En los años que pasan irreversible e inexorablemente. En los viajes que no hice, en las aventuras en las que no me embarqué. En historias que terminaron y que no significaron nada. En sentimientos que murieron. En vivencias que sólo me han llevado a sentir frío y dureza, un enorme vacío.
Y, sin embargo, la Navidad sigue. Año tras año. Los anuncios venden familias perfectas con vidas felices, proyectan lo entrañable, difunden la idea de la amistad incondicional y del amor omnipresente. Plenitud. Éxtasis amoroso. Comunión con el prójimo. Hermandad y solidaridad. Chimeneas, abrazos, calor de hogar. La Navidad pervive y puede que cumpla con una importantísima misión: la de conseguir que cada año, por unos días, sea nuestra alma quien se disfrace y enmascare. Un Halloween de nuestro interior dolorido y, seguramente, algo reseco. Un bonito teatro, un amor de invierno que, como los de verano, tiene los días contados. Un romance de camping, condenado a no trascender, a diluirse en la nada...